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El contexto urbano y social en la novela “Semilla de Áloe” de José F. Ruiz Mata.

El contexto urbano y social en la novela “Semilla de Áloe” de José F. Ruiz Mata.

Pepin ha escrito este interesante artículo que inaugura las colaboraciones de redactores invitados. Se trata de su estupendo análisis del libro Semilla de Áloe, de su paisano José F. Ruiz Mata. Disfrutadlo.


 


 


Redactor invitado autor del texto:


José Francisco Marín 




Hemos descubierto la novela “ Semilla de Áloe de mano de su autor, José F. Ruiz Mata (Jerez, 1953), en estas relaciones nada formales en las que, desde hace un par de años, venimos entrecruzando amistades, situaciones y apoyos entre las personas de la zona Sur de Jerez y los barrios de la ribera del Besòs del área metropolitana de Barcelona. De ello vamos dejando señales en esta página web y en alguna otra publicación. El valor literario del texto comentado no es aquí, ni precisamente por mí, donde ponerlo de relieve. Nos remitimos a los lugares donde ello, con competencia, se ha llevado a cabo. Simplemente, como lector empedernido -desde mi niñez en la biblioteca municipal de San Dionisio de Jerez-, recomiendo la novela a mis amigos y hago circular mi ejemplar.


Publicada hace diez años, “ Semilla de Áloe ” cuenta la historia de dos personajes cuyas vidas, a pesar de su distinto origen, aunque nacidos en la misma ciudad, acaban confluyendo en la misma cárcel, el mismo barrio marginal , y la misma mujer. Aunque no se menciona explícitamente, la historia se ubica en Jerez y el “barrio marginal” se sitúa en la Zona Sur. Allí mismo donde hemos conocido a su autor. De igual manera que varias de las intervenciones en el encuentro de Jerez fueron acompañadas de un rico material gráfico, lo pudieran haber sido del referente literario de Ruiz Mata. (Idea ésta que no abandono). Su propia intervención –que pronto podremos consultar en esta misma web- era un explícito referente, me parece, al planteamiento reflejado en su novela. Me he decidido traer, a manera de flash, la interrelación entre barrio y ciudad, ciudad dual y clases sociales, estructuras grupales y varios otros temas que Ruiz Mata presentó con maestría literaria y analítica, hace diez años ya, en su obra “Semilla de áloe”, porque pienso que recupera para la memoria la génesis social y urbanística de lo que hoy es toda la Zona Sur de Jerez. Y lo hace sin mencionarla y convirtiendo el caso en “arquetipo”. En “Semilla de Áloe”, al menos, Ruiz Mata no es un autor “localista”. En su historia se puede reconocer el territorio de todas las historias de ciudades duales, injustas socialmente, y contrapuestas urbanamente en “centro” y “periferia”; “los de arriba” y “los de abajo”. He sido yo quien, por indicios de su autor, he hecho una lectura “localizada” de la novela: en Jerez y durante los años de la construcción del primero de los barrios de la Zona Sur. Ruiz Mata firma, además, su obra en Andalucía , no en Jerez. Y no porque estemos aún en tiempos de tenerse que callar el nombre del lugar o referirse a Jerez como Laverna , como hizo Manuel Moreno Barranco en su “Arcadia feliz”  aunque ello no le libró de morir asesinado en la cárcel de su ciudad. Sencillamente, porque el mundo creado por el autor no es tanto territorial cuanto de libertad y supervivencia. En la novela de Ruiz Mata el paisaje no es un decorado. Existe una tal interacción entre territorio y grupo, que éste queda condicionado en su manera de ser y actuar.


Ruiz Mata ha escrito una novela, no un estudio “sociológico” sobre un barrio marginal (de Jerez) en una determinada época. Y al estructurar su relato ha evitado ser nominalmente localista. Nada que ver, por tanto, con el paradigma de novela de “barrio marginado” que en Catalunya, durante décadas, hemos tenido como referente: “Donde la ciudad cambia de nombre” de Paco Candel. Soy yo, como interesado en la necesidad de que los “estudiosos sociales” capten la dimensión genética de los territorios y comunidades aprovechando las “otras miradas”, quien señala el penetrante análisis de “territorio y comunidad” contenido en la novela de José F. Ruiz Mata. Insisto en ello por la profundidad que esas otras “miradas” -aquí la de un novelista- les dan a elementos que, en la mayoría de los casos, los técnicos urbanistas y sociales no tienen en cuenta y, en el peor de los casos, ni valoran (“científicamente”).


Que yo recuerde ahora, solo una calle encuentro en la novela de Ruiz Mata que pueda identificar sobre mi plano mental de la ciudad de Jerez. La calle del Aire, espalda de la iglesia “colegiá”, hoy catedral de la diócesis de Sidonia. Habiendo tenido la suerte de que el propio autor me haya insinuado el territorio físico de su relato, ha sido un gozo la lectura identificadora del recorrido urbano de sus personajes. Si hubiera tenido la suerte de descubrir por mí directamente esta novela, sin conocer tan siquiera que Ruiz Mata era y vive en Jerez, ¿mi imaginación lectora hubiera proyectado sobre el texto, al ritmo de su lectura, el territorio con el que ahora lo he hecho? Seguro que no. Hubiera proyectado otros barrios y otras barracas donde he vivido y cuyo mundo, por dentro, he conocido. Hubiera realizado, eso sí. -y es por lo que he querido traer esta novela a nuestro rincón de “Libros y barrios”- el descubrimiento de un autor que penetra con profundidad, y con sus herramientas de escritor, en los repliegues complejos de los barrios marginados y en la psicología de sus habitantes.


Estas notas son el resultado de una lectura sumergida en la naturaleza compleja del relato. He caminado a través de sus páginas por lo vericuetos de un texto en el que hábilmente se entrecruza “la novela negra, el realismo casi costumbrista, y por otro, la fábula irreal e irónica”. Pasajes de descarnada realidad, encadenados a imágenes de la ciudad que se muestran con la magia del trasfondo onírico. Escenas proyectadas como sombras chinas por la luz fluctuante de un reverbero.


Por los mismo, no he hecho una lectura “reduccionista” de la obra, sino que, teniendo en cuenta esta riqueza literaria y múltiple del texto, he buscado “contextualizar” mis observaciones y conclusiones en su genero literario para obtener un resultado “objetivo”, asumible y válido para aportar al análisis holístico. Sin pretender ir más allá del uso, en la lectura de la obra, de unas sencillas normas, al alcance de todos, en crítica textual.


Hablaba de la identificación de una calle de Jerez. Pero soy consciente de que el paisaje que nos muestra el autor pertenece, en ese texto, no simplemente a una ciudad física, sino a esa ciudad complejamente interiorizada, paraíso de la infancia, símbolo no ya de lo que se ha perdido, sino de lo que nunca se llegará a tener. Ese espacio que configura –por encima de todo- el horizonte utópico de la supervivencia contra toda esperanza. El espacio, referente simbólico, de nuestra personal utopía. En mi lectura, de cuyas conclusiones libro totalmente a su autor, he sentido vislumbrar connotaciones múltiples –como en la estancia de su novela a la luz tenue y fantasmal del reverbero- del relato con determinadas teorías sobre el arte de la arquitectura y el urbanismo. Entre ellas, la insistente tesis que en su día Georges Bataille lanzaba sobre la ciudad que, como proyecto, –reafirmaba con obstinación-, fue siempre pensada desde la necesidad, no de la forma o el canon, sino desde la propia noción de libertad. Yo diría que en la novela de Ruiz Mata se proyecta, con profundidad analítica y narrativa compleja y lúcida, una constante presente ya, y no resuelta, en los análisis situacionistas y retomada, más recientemente, por la arquitectura radical : el conflicto, espacialmente considerado, entre privado y público, entre individuo y sociedad, entre conducta y cultura, y que, en la actualidad, se vuelve a cuestionar en un contexto cultural y político nuevo. El planteamiento espacial de “Semilla de Áloe” tiene la fuerza simbólica –y, por ello mismo, polisémica- de la ciudad/barrio “utópica y realista” a la vez, en donde es posible, al tiempo, otras historias y múltiple maneras de habitar. Todo ello, en la novela de Ruiz Mata, pasa de lo genérico a la imagen. Veámoslo en sus textos. La lucha por existir y ser más allá de, y como contraposición, al “canal, los cañaverales, el azud, las aguas purulentas y el fondo de la bahía presentida en la brisa húmeda del atardecer”:


Yo conocía bien aquella zona de la ciudad, o al menos eso era lo que creía. Atravesamos los tenderetes del mercado antiguo, recorrimos la parte de atrás de la catedral, bajamos por la cuesta del convento y entramos en la calle del Aire , a la que tantas veces fui a jugar a la pelota de pequeño. A ambos lados tenía unas tapias bajas por las que se asomaban las ramas de algunos árboles. Al fondo la oscuridad absoluta, pero yo sabía que el callejón continuaba hasta unas casas en ruina. A media pared apareció una puerta pequeña de madera vieja y casi desportillada. No recordaba haberla visto cuando venía a jugar allí ". (p. 160)


Encontramos referentes más “paradisíacos”, si cabe, envueltos en el más puro realismo descriptivo del entorno urbano, al ir narrando un paseo nocturno por el centro:


Sentí los olores de la madrugada: jazmín y azahar mezclados con los contenedores y esquinas orinadas. Olor a humanidad desde algún balcón abierto al frescor y la calma. Miré hacia arriba y las estrellas se escondían entre las azoteas y los tejados, jugaban a ocultar sus nombres, a dejarse guiar por el espacio entre callejones y plazoletas. Evoqué por unos instantes alguna parte de la Séptima sinfonía de Beethoven, pero sólo fue la ráfaga de un antiguo recuerdo” (p. 153)


Vuelvo a insistir en algo ya dicho. La novela de Ruiz Mata aporta un gran interés al análisis social de la marginación, de los barrios periféricos y marginados, de las ciudades “duales”, no porque en ella se ubique una historia “canalla” en un “barrio maldito”. La importancia del texto radica en que es una profunda mirada analítica, desde su relato novelístico, de la realidad social de la marginación (causas, génesis, estructuras sociales, psicología y desencadenantes del comportamiento, agresividad...). La aparente sencillez de su relato es la mirada profunda a complejidades y repliegues de las conciencias y comportamientos individuales y sociales. Esto es lo que realmente me ha interesado más allá de, o mejor dicho, a más de su valor literario como novela. Una novela -sea cual fuere su tema- puede ser mala novela o buena. La de Ruiz Mata es, a mi parecer, espléndida. Y, por añadidura, se centra en un contexto urbano real que me ha hecho emerger, desde el pozo del inconsciente y el fontanal de la memoria, la verdadera causa de ciertos compromisos y preocupaciones personales.


Con persistencia sigo insistiendo en la importancia de asumir “otras miradas” en nuestro ámbito antropológico y social del análisis de la conflictividad en barrios y comunidades excluidas. Sobre todo, en el momento de iniciar un diálogo con la realidad desde una perspectiva holística, compleja, compartida, relativizada, no dogmática ni, mucho menos, “redentora ni misionera”, encubierta en muchas poses pseudo progresistas. Máxime cuando se quiere poner en marcha una transformación, por mínima que ella sea, de esa realidad. La realidad es compleja. Para captarla hay que sumar “miradas”, escuchar otras “lecturas” y tener en cuenta otras perspectivas y diferentes modos de enfocar y entender lo que sucede. No nos pase como a los tecnócratas brasileños que quedaron perplejos cuando escucharon, del mejor urbanista por ellos contratado, que la solución a la favela era la “favela” (reincorporada a la ciudad), y no los barrios dormitorios “alternativos” que proponían desde las Administraciones. La realidad es compleja y la mirada inteligente que la penetra es simple aunque profunda.


Vi... la sola selva de los hombres solos ”, con esta cita de Lavinia o Libro de la Pureza de Alfonso Sánchez Ferrajón –ése jerezano que lo fue por mérito propio- abre su novela Ruiz Mata. Es toda una visión del hombre y su entorno. El eje axial, a mi entender, de la novela o, al menos, de una de sus posibles lecturas.


El relato novelístico de “ Semilla de Áloe ” se divide en tres partes: 1. Junto al canal, 2. El vínculo y 3. Abajo de la cuesta. El vínculo que ha unido a ambos personajes, Juan Orozco y el narrador, es la cárcel; anteriormente uno vivió “junto al canal”, ese espacio marginado que queda “abajo de la cuesta”, contemplado desde arriba de la ciudad donde el otro vivió, y a donde bajará a ocupar su lugar o, mejor, a encontrar el suyo propio, tras las huellas de la familia y el entorno del amigo muerto.


La estructura narrativa queda resuelta con inteligencia. Una sola voz es la que “nos cuenta” todo. Lo que le sucedió al primer personaje hasta su muerte en el penal, escrito como trascripción de lo escuchado a Juan Orozco, y la narración directa del proceso de ir ocupando su lugar en la familia y en el barrio. No vemos, realmente, el mundo de Juan Orozco, sino la transmisión de sus vivencias a su amigo que, transcritas por éste, él nos la “lee” y, con su posterior presencia y descubrimiento de las personas y del espacio real, nos contrasta lo “oído e interiorizado” con lo percibido por él y descubierto. Son juegos de realidad y percepción, relación, compromiso y opción personal. La novela es todo un profundo y hábil ejercicio calidoscópico que transcribe profundamente los repliegues de las personas, los sentimientos, los enfrentamientos; las contraposiciones de los territorios, la percepción de la ciudad y la veracidad convincente de los hechos narrados. Se necesita más de una lectura serenada para descubrir estos entresijos. Usaremos el doble color (rojo y negro) para mostrar, a golpe de vista, si el trozo que citamos pertenece al relato de Juan Orozco, trascrito por su amigo, o a la voz directa del narrador, a su directa percepción.


Las citas que hago, con abundancia, de determinados textos de la novela de Ruiz Mata no quieren ser en ellas mismas -como pruebas apodícticas - una “demostración” determinante de que en ella se “refleja”, novelísticamente, un “esquema” determinado de análisis social sobre barrios marginados. Faltaría más. Todo lo contrario. Intentamos señalar como se puede enriquecer un análisis social y antropológico con “otras miradas”. En el presente caso, con la de un novelista. Los aspectos que sugerimos con dichos textos los hemos deducido del contexto narrativo en el que ellos, dentro de la novela, están enmarcados. Con ellos hemos pretendido avalar lo que señalamos: que “ Semilla de Áloe ” es una novela espléndida “con un certero análisis social de un barrio marginado”. Creemos haberlo conseguido aportando sus propios textos mínimamente contextualizados en su estilo literario complejo y diverso.


El título “Semilla de Áloe”, ¿señal para una determinada lectura concreta de la novela? :


No dejaré de repetir que la presente aportación no deja de ser anotaciones personales al hilo de la lectura, tras el descubrimiento –tardío- de un autor que, su manera y modo de escribir, sus temas y su estilo, me han dejado, primero, sorprendido, y tras nueva lectura, conquistado como lector.


No se si un título, éste título, “Semilla de Áloe”, es la quintaesencia narrativa de ese “bolo” que ahoga. Como mínimo, marca un interés y una indicación (prejuzgo que del autor) para una de las múltiples lecturas posibles de la novela. Da razón de la raíz de un modo de ser y actuar que se alimenta del “nutriente social” de la marginación, la injusticia, la exclusión...


La semilla que desde pequeño dormía en mi pecho se iba desarrollando, notaba cómo adquiría una conciencia visceral y acaparadora; yo la acunaba en la esperanza de que un día fuese un árbol grande y fuerte ” (p.38)


La tensión vivida a cuenta de todo aquello... El árbol iba creciendo por momento... Pero nada de eso me hizo disolver el bolo de áloe que me atoraba la garganta” (p.42)


“A cada momento que pasaba se me encendía más la sangre... tenía ganas de romperlo todo, de arrasar el barrio, la ciudad, matarlos a todos. Sentí, como nunca hasta entonces, a ese árbol interior crecer y ocupar todas mis entrañas, notaba cómo metía sus ramas entre mis brazos, sus raíces por mis piernas. Ya no tenía corazón, sino un trozo de ébano que me daba el empuje de un toro” ( p. 57)


¡Cuantas deudas podría saldar aquella noche! Notaba la antigua semilla convertida ya en árbol, que me llamaba a gritos pidiendo un rato de satisfacción... (p.65)


... rompía cuanto se le antojaba, cuanto le pudiese servir para disolver el bolo de áloe que tenía aposentado en medio del esófago” (p. 150)


Esta violencia, que se desarrolla interiormente como un árbol, es semilla natural del medio; y se introduce dentro y fructifica en los mejores, en los indomables, en los que no se abaten a la sumisión. Nace en los rebeldes desde que comienzan a tener conciencia de sí mismo, como un aprendizaje de supervivencia:


... le dio tal golpe... en la cabeza... que lo dejó frito. Yo lo vi desde las cañas del arroyo, y me quedé allí escondido hasta que anocheció... No le dije nada a mi madre ni a nadie; sabía que las cosas eran así, y que a ninguno le importaba lo que no fuera con él o con la gente de su familia ” (p.11)


Esta violencia interna que crece es connatural al medio social contrapuesto y excluyente. Vivir en un lugar del que no sólo estás “excluido”, sino del que te sabes “expulsado”, es tener extirpado de raíz el “derecho de ciudadanía” ( [10] ). Nuestro personaje central, que de la ciudad baja al barrio y del barrio sube al centro, recorriendo los lugares de violencia de Juan Orozco, queda, también él, atrapado en el deseo o impulso de la reacción violenta. A él, también, en su interior le crece la “semilla de áloe”.


Tentado estuve de prender fuego a las cortinas y ver qué tal se disolvía es maraña de seres vivos que se hacinaban a oscuras ” (p. 155)


La casualidad me llevó a la avenida de la Alcaicería, donde estaba ese bar musical en el que Juan ajustó las cuentas a aquel médico imbécil... Más tarde, una vez reconstruidos los hechos de una forma lógica, entré en el bar a conocer el ambiente. De buena gana me hubiera liado a tiros con la mitad de los presentes...(p. 151)


Como sabemos, cada barrio es su historia y, en cada uno de ellos, los problemas tienen su peculiar modo de ser. Aquello que en otro lugar hemos descrito conceptualmente para los barrios periféricos y marginales ( [11] ) lo encontramos con fuerza y color en la novela de Ruiz Mata. Veamos varias imágenes que más que presentarnos el barrio nos introduce sugestivamente en él, al hilo vigoroso y tenso de su relato:


Mi madre dice que yo nací una noche de invierno con mucho frío y mucho agua, de esas que parece como si el viento no estuviese contento en ningún sitio y se dedicara a pasarnos por encima y por los lados a disgustos. Vine al mundo en una chabola que tenían los viejos a mediación de la cuesta ... Era tal la avalancha de desesperados que llegaba a la ciudad, que cada vez las chabolas se apiñaban más y crecían de manera alarmante el número de vecinos con quien repartir las necesidades... ” (p.12)


Algo guardo en mi mente de nuestras chabolas, de las calles heridas de tanta agua y tanto sol, del polvo y la suciedad, de las peleas e insultos, de los golpes que en cualquier momento podían sonar tan cerca como para que te salpicaran, del olor a agua podrida, de los niños desnudos y la gente sin zapatos. .. La cuesta no era como ahora, entonces bajaba casi de golpe y con un suelo sin ningún tipo de construcción ni pavimento, sin más límites que la dureza producida por el continuo pataleo de tanto andar para arriba y para abajo.”


A media cuesta aparecía, a la derecha, las primeras chabolas que se adentraban formando una calle. Allí se alzaba la nuestra, luego se esparcían otras mucho más abajo. (p.13)


Fui paseando en dirección a la cuesta, pero en vez de subir, di un rodeo hacia el cañaveral hasta llegar a la azúa, donde, en la soledad de un sitio tan podrido, me senté a pensar sobre los acontecimientos de la jornada ” (p.147)


Un espacio que queda definitivamente demarcado y guetizado para el asentamiento de la población excluida del “centro”:


Recuerdo que una mañana aparecieron unas máquinas amarillas, enormes, y unos hombres con monos azules que se ponían unos cascos en la cabeza para trabajar.... nos encontramos que, por poco dinero, habían decidido ponernos casa que se asemejaran a las vuestras. Burdas copias que adecentaban la ciudad a los ojos de los de arriba y a sus visitantes. Pero no creáis que la noticia nos llenó de alegría. A los pobres, cualquier cambio, lo más fácil es que les vaya a peor. Sí, ganábamos con tener viviendas mejor construidas, pero dejábamos parte de nuestra libertad... no podíamos cuidar a los animales que nos ayudaban, ni hacer picón, ni tantas otras cosas con que nos buscábamos la subsistencia. Habíamos perdido la calle, la naturaleza, por unas paredes de cemento y unas cubiertas de asfalto. Mi padre no se quería ir, pero le obligaron... Se protestó mucho, pero una vez que nos acostumbramos a los ladrillos, al cuarto de baño, por nada del mundo hubiésemos vuelto a la vida de antes. ” (p.15)


Urbanizar pero no tanto...:


Es la imagen impactante del abandono. Del control del descontrol en tanto que molesta a la vista; en tanto que espacio no controlable. Marcar sus límites puede esconderse tras el amago de arreglar algo para que todo siga igual.


“El débil asfalto no soportó ni el primer invierno...; con las otoñales aguas que cayeron fuerte se desgranó como una mazorca de maíz madura, mostrando en los grises boquetes su miserable construcción. Las calles se llenaron de socavones que, como la fuente, acumulaban la inmundicia y el agua. Aunque, como decía mi madre, siempre era mejor que los antiguos barrizales....


La que tampoco aguantó fue la pintura de las paredes....


Un escándalo fue lo de los bloques que estaban junto a la plaza, que una noche asustaron a sus moradores con unos techos que se caían descalichados como si fueran arenisca...


A la mañana siguiente llegaron unos hombres serios, de trajes impecables y buenos coches, que estuvieron estudiando, sobre el terreno, los defectos de las vigas... Dos días después vinieron unos albañiles que le pusieron cuatro parches al asunto y hasta hoy...” (p.16)


Después del parto dicen que mi madre se puso muy mala, una hemorragia creo que tuvo. Como no podía ir a ningún sitio, allí estuvo la pobre, metida en el cobertizo, no sé cuantos días desangrándose y luego, para colmo, con una infección, de los mismos males digo yo que sería. ” (p.13)


La novela “ Semilla de Áloe ” es dura. No está escrita de cara a la galería. Es una mirada que taladra los repliegues de la gente del barrio, de sus personajes. Y presenta la lucha por la supervivencia. De quienes la asumen servilmente al servicio de otro y de quien decide afrontar la vida en libertad y con las consecuencias que ello comporta en tal selva. Presenta las complejidades y consecuencias de poderes contrapuesto:


”Estaba dejado caer en el mostrador y me vino como una luz a la mente, una idea que no era de lo más descabellada, sobre todo porque pude demostrar luego que era cierta; en mi barrio hay demasiada mala leche... (p.33)


Sobre todo, cuando descubres que un amigo puede personificar la traición. Ese día es una revelación sobre la naturaleza de mundo y el hombre.


En “Semilla de Áloe” no se nos habla de ilegalidades, delincuencia y tráfico de drogas como “estigma y criminalización” del barrio y de sus vecinos. Ruiz Mata presenta un barrio, una periferia, en donde se gana la vida de una manera, y un centro, una ciudad, donde las cosas van de otra manera. Hay un día a partir del cual hay personas que dependen de ti. Te haces mayor, adulto, responsable, y te espabilas. Por libre o en la “empresa” de quien controla el territorio. Una y otra opción comporta sus peculiares riesgos.


Esta división social contrapuesta de “centro” y “periferia” es total, pero con repliegues sobre ella misma. Hay unas intromisiones por parte de los de “arriba” que no acaban de encajar en la lógica de los de “abajo”. Así como, también, respuestas “contundentes” de los de “abajo” hacia los de “arriba”. Es, tal vez, un entramado de “defensa propia” que unos ejercen, “haciendo cumplir la justicia y manteniendo el castigo”; mientras los de abajo ejecutan una “justicia vindicativa y personal” a sangre y fuego.


La cosa tiene gracia., nosotros estamos allí, como si no existiéramos, y de pronto, ¡zas!, va uno de ustedes, dándoselas de no sé qué, venga que si tú has hecho esto, que si has hecho lo otro, como si de verdad os importásemos. Entonces viene el castigo, que de eso saben ustedes bastantes, y ya se olvidan hasta la próxima vez. Y nosotros, por si fuera poco, atentos a la ocurrencia de un tío que no tiene nada mejor en qué entretenerse ” (p.12)


Para ustedes el mundo es todo vuestro, mandáis en todas partes. Nosotros no, nosotros sólo controlamos el rincón de allá abajo, eso que antes eran marismas y al que ustedes no quieren ni siquiera ir. Bueno, pues con esa parte no basta. Allí somos señores, sabemos cómo actuar, qué reglas seguir. No nos da miedo ni nuestro mundo, ni el vuestro” (p.12)


Del espacio público, urbanísticamente predeterminado, al bar como sede “pública” del grupo:


Miles de tratados ha generado la naturaleza del “espacio público” de la ciudad. Se habla de que la naturaleza esencial de la ciudad es su dimensión de ser toda ella espacio público. Las dos imágenes impactantes del texto de Ruiz Mata son esa fuente de la plaza que queda, sin acabar, como lugar inmundo “natural”, connotador” esencial del urbanismo de la zona. Y, a través de toda la novela, el espacio funcional del bar. Ambas imágenes narrativas equivalen a miles de páginas sobre teoría de los espacios urbanos:


“Ya vivíamos abajo cuando cerca de mi calle empezaron a construir una fuente. Parecía que iba a ser grande y con unos chorros que refrescarían la atmósfera del largo verano. Pero no sé por qué motivo pararon la obra, incluso dejaron allí una pequeña caseta para las herramientas, que en poco tiempo fue saqueada.... En cuanto a la fuente, resultó estéril antes del primer chorro; su pretil, a medio construir, nos servía de asiento en las noches de verano; el tubo por donde debía salir el agua, terminó por ceder ante tantos envites... su seno era el sitio ideal para acoger todos los papeles, piedra, maderas, que indecisos volaban o hacíamos volar por los aires. En invierno el agua de lluvia entraba en su interior y removía la basura, quedando una repelente amalgama de agua corrompida y desperdicios. De cualquier forma, la fuente pasó a formar parte de nuestro paisaje urbano. (p.15)


El padre de Olvido... se pasaba más tiempo en el bar que en su casa y bebía como sólo lo pueden hacer los ociosos o los que tienen algo que ahogar, aunque sea los gusarapos de las tripas... (p. 21)


En la puerta de bar (mientras hablaba con el Purrúa) había dos elementos dejados caer sobre los quicios, no dejaban de guipar todos los movimientos que sucedían en el local y en la calle... (p. 27)


El camarero era un desgraciado lameculos... (p.28)


Empecé a frecuentar el bar... (p.28) una partida al billar o al giléi...


Era como si con las responsabilidades que iba adquiriendo al mantener una mujer con el vientre abultado en casa, al ver todas las mañanas a una madre que también me alargaba la mano para ir a la compra, o vivir en un barrio que estaba atento a mis movimientos, me sintiese con el derecho de estar en el bar, con las prerrogativas de discutir de temas hasta entonces desconocidos, con las posibilidades de aprender juegos diferentes. También, con eso, me refugiaba para no sentir el pudor incipiente de no tener un techo, ni unos hombres con quien compartir las miserias que nos encontramos. (p. 38)


“... el día se fue poniendo nublado.... El mejor sitio para esos momentos es el bar, una buena partida, una conversación acalorada, unas copas, y ya no te acuerdas de nada, el mundo se reduce a las paredes del recinto. Llegué al bar como el peregrino que encuentra una posada justo cuando se va acabando el día.... (p.47)


 


La calle como espacio socializador:


“Perros callejeros” tituló José Antonio de la Loma su película sobre “el Vaquilla” y su barrio, La Mina. Una novela de Cesbron sobre la infancia y juventud abandonada a su suerte en las calles de las ciudades francesas, “Perros sin collar”, fue un éxito por los años ochenta. En el fondo con frecuencia se hace referencia a una libertad sin norte o, mejor, a un abandono a su suerte y el perro, ese noble animal. Aquel nuncio de la televisión de un perro abandonado y el consabido “él nunca lo haría” tiene su carga de verdad. La relación entre “calle” y “juventud” es definitiva. También, “abajo de la cuesta”.


Naces... tienes una familia ... que es tu mundo hasta que descubres la calle , donde juegas, donde aprendes a respetar a unos y a mandar sobre otros, donde te obligan a aguantar al que no tienes más remedio y te enseñan a buscarte la vida de la forma más fácil posible y sobre todo que existe un mundo allá, más arriba, donde termina la cuesta , donde no hay tanta humedad, ni tanta basura, ni tantos hoyos en las calles y mucha más luz.


Y así, por una inercia natural cuya razón de ser nadie se plantea, te ves un día apoyado en el quicio de una puerta, en el chaflán de un bloque, en una fresca esquina en las tardes y en las noches de verano... Con pequeños cortes en la mejilla que dan hombría, un cigarro humeante en los labios, y la cerveza entre las piernas, aprende a escupir a gran distancia, con implacable destreza; apedreas o acaricias a los perros, según le venga en gana al cuerpo,; practicas el difícil arte de mirar a las mujeres; consigues, sin demasiadas lucubraciones, llevar una conversación a base de monosílabos y palabras prefijadas, en la que no existen conceptos claros, pero que a nadie le importa no entender completamente... te inicias en el comprometido campo de lucha por la subsistencia diaria...


...la vida nos aguarda tantas oportunidades que no merece la pena forzarla.


(p.19)


El padre de Olvido... se pasaba más tiempo en el bar que en su casa y bebía como sólo lo pueden hacer los ociosos o los que tienen algo que ahogar, aunque sea los gusarapos de las tripas... andaba siempre de bronca... fanfarrón y despiadado... sus víctimas.... tenían que aguantar sus absurdas discusiones y bravuconadas... y ellas, madre e hijas, sus broncas, y borracheras diarias.... (p.21)


 


Equipamientos y servicios. La escuela y los maestros:


“En lo que a mí respecta, con las nuevas casas vino la escuela....


El primer maestro que tuve se llamaba don Cosme, fue el que más duró y no llegó al año, luego nos lo cambiaban dos y tres veces al año... Don Cosme venía del norte. Su carácter era de resabiado, como si viviese a disgusto con su existencia. Nos consideraba como si fuésemos pobres diablos sin cultura; a todos los de la región en general y a los de nuestro barrio en particular”.


“Lo que sí abundaba en la escuela eran las chinches”. (p.17)


La novela narra los hechos en un tiempo propio, pero estas imágenes escolares retrotraen a cierta época hundida en la represión tras una guerra civil. A las depuraciones y traslados que midieron tan fuertemente al profesorado de la escuela pública quien, en alguno de sus personajes, en su condición de víctima y represaliado, engendraban nuevas víctimas. Maestros del norte depurados y castigados con destino al sur. Directores de escuela -autóctonos- durante el periodo republicano, reducidos a la categoría, casi, de conserjes....


Un barrio cuyos niños, sin infancia, serán carne de comisarías, juzgados, reformatorios y cárceles. Esta la relación excluyente, marginal, de la gente del barrio se complementa -desde el sistema- con la medida reinsertora de la prisión como un perverso remedio social integrador.


- juzgados :


De los primeros años de mi vida no recuerdo nada... Es más, en el juzgado dijo alguien que mis problemas vienen de cómo me desarrollé durante la infancia. ¡Tiene narices la cosa! O sea, que no me acuerdo de nada de lo que pasó y encima me crea complicaciones.” (p.13)


- comisarías:


Transcurridas casi las setenta y dos horas desde la detención, no tuvieron más remedio que soltarme, no sin antes darme una ominosa advertencia:


- No te preocupes, que ya nos volveremos a ver, los que son como tú siempre regresan: éste es tu segundo hogar


- y cárceles:


“Eso de la reinserción es algo que los políticos se toman muy en serio. En un caso como el mío daba gusto demostrar a la sociedad cómo habían cogido a un parricida para convertirlo en una persona, no sólo normal sino incluso de lo más tranquila y pacífica... (p.109)


Un territorio periférico con una estructura y control social no menos opresor que el poder “formal” de la ciudad:


a) en tiempo de Juan Orozco:


El Purrúa quiere verte. Tiene algo para ti... (p.25)


 


Yo sabía que el hombre formaba como un grupo aparte dentro del barrio; había gente que trabajaba para él, aunque todos lo negasen y él se excusara diciendo que no, que solo ofrecía una ayuda para que los vecinos salieran adelante en este tiempo tan desastroso que nos había tocado vivir. Era de los pocos que aquí tenía dinero y se jactaba de ello y de su extraordinaria caridad para con los necesitados que venían a pedirle ayuda.


A mí me caía mal ese hombre, no sé exactamente por qué, , tal vez por esos aires, por llevar siempre tanta gente moviéndose a su alrededor. El tener que actuar como a él le pareciera y estar sujeto a una organización sin moverte a tu ritmo eran cosas que nunca me gustaron.... lo único que pretendo es buscarme la vida a mi aire... Luego están las normas, los códigos, el miedo que intentan imbuirte


De todas formas, sus habilidades no le habían servido para subir definitivamente la cuesta. (p. 26)


Se las daba de padre.... “(yo) lo único que busco es el bien para el barrio... si me quedo en el barrio es porque quiero y porque me sale de ahí... Todos saben que si no me voy de aquí es porque me gusta este barrio”


... a mí me gusta ir a mi aire, sin tener quien me atosigue, ni quien me quiera ajustar las cuentas. ... esa manía la que tienen todos de ser protectores nuestros, de que siempre le tengamos que deber a alguien la comida que nos alimenta, la ropa, la casa; hasta el mismo existir... Yo sé buscarme la vida solo, nunca me ha hecho falta nadie. ( p. 77)


b) cuando el amigo de Juan Orozco, tras su libertad, llega al barrio:


... llegué al campo de fútbol. Me senté en una piedra y me puse a fumar con tranquilidad... Entretenido en el juego no supe de dónde aparecieron tres hombres que se acercaron por la banda hasta el sitio donde yo estaba. Parecían tres curas que habían sacado a los niños al recreo. Uno de ellos hizo un comentario mientras me miraba, los demás retuvieron el paso, tras unas breves y descaradas risas llegaron a mi altura.


- Contigo queríamos hablar


- Pues ustedes dirán.


- Aquí, éste no es sitio.


Daban muestra de conocer a la perfección el terreno que pisaban, y, sobre todo, que los del barrio también lo sabían y los respetaban por ello.


Entré en el establecimiento, en una mesa al fondo estaban los individuos de marras. Al acercarme, dos de ellos se levantaron con exagerada parsimonia y se fueron a sentar en otra mesa al lado opuesto del local.


- Ven siéntate aquí a mi lado.


Me volví para que vieran que estaba pendiente de la maniobra de los otros dos y, con mucha tranquilidad, queriendo que la situación no se me fuera de las manos, me senté donde me indicaba aquel individuo...


-Sabemos muchas cosas de ti... Conocemos tu relación con Juan (Orozco) y que has venido a interesarte por su familia...


- Sí, y qué


- Pues nada, que ya has cumplido con tu deber y que no tienes nada más que hacer en este barrio.... Digamos que a los del barrio no nos gusta la gente que no es de aquí. Aunque hayan salido de la trena.


- ... nadie tiene por qué prohibirme nada. Además, me encuentro bien en este barrio y quiero vivir en él.


- Bueno, como tú quieras. Luego no digas que no te advertimos.


- Tú te llamas Justo, ¿verdad?


- Puede ser...


.... ¿Por qué le iba a tener miedo a las amenazas? ¿No son parte de esta vida...?


(p. 143 ss.)


Al tiempo, el barrio es un referente simbólico del “paraíso” interior, de los momentos en que te encuentras a gusto contigo y con el medio:


(Al salir en libertad de la comisaría) “ Bajé, me fui al estanco, y fumando con cierta tranquilidad me di una vuelta por el barrio, al que me parecía no haber visto desde mucho tiempo atrás. Disfrutaba del color de los bloques, necesitaba llenarme de la luz de la tarde, me apetecía abrirme al saludo fugaz de los amigos, contemplar la placidez de las lomas cercanas, barrizales que como madre telúrica acoge a cuantos vivimos desahuciados. Entré en el bar... ” (p. 39)


Al caer la tarde me gustaba pasear por los alrededores del barrio, avanzar por la carretera, saltar al otro lado y perderme por entre las lomas de arcilla. Pero cuando más disfrutaba era cuando me colaba entre las cañas, y me sentaba junto al canal a fumar un cigarro mientras contemplaba a las caprichosas y desleales nubes desenvolverse en el cielo. El alma se me ensanchaba al sentirme huir con los febriles pájaros que se agitaban en el aire entre celosas riñas, chirridos histéricos y audaces picados. Necesitaba experimentar la vida mientras llegaba el viento húmedo que corría ansioso y juguetón desde el fondo mismo de la bahía. (p.60)


Aquellos días de reclusión me ahogaban más que todos los años anteriores... El barrio me recibió con toda la radiante luz de la mañana., con un cielo azul que se extendía a través del horizonte hasta darle forma a todo el conjunto. Desde arriba de la cuesta se veían sus bloques que la distancia hacía ver más blancos, menos sucios; con sus calles alegres, sin que se notasen los socavones ni el barro; con los colores dispersos de las flores y la ropa tendida en las ventanas; sin los riesgos de la humedad persistente...


( pág. 180-181)


El barrio como territorio libremente escogido para vivir:


Observé los diferentes rincones. Sin intención previa los comparaba con los que aparecían en mi relato, intentaba contraponer mi realidad con la otra, no menos cierta, de la vida de Juan... Es todo tan subjetivo, que la vida es cuestión de matices inexactos, de observaciones personales. Volví sobre mis pasos... ” (p.121)


Subí la cuesta, desde arriba contemplé el barrio. Una nueva y agradable sensación, aún sin definir, se alzó desde él con la luz del mediodía ” (p.129)


En esta sociedad dual, “los de arriba” y “los de allá abajo”, el centro y la periferia, la ciudad y el barrio, el centro urbano es un territorio de contraste, respecto a la zona del barrio, con su peculiar urbanismo y arquitecturas, con sus lugares públicos y sus servicios:


- el mercado:


..... me vi abocado por las calles a sumergirme en el centro de la ciudad ... desembarqué en la plaza del mercado, con las vendedoras ambulantes sentadas en pequeñas sillas sobre la acera y un capazo delante, haciendo ver los buenos limones, ajos, tagarninas , caracoles,.... Por una de las puertas del edificio me golpearon los aires venidos desde la bahía...


En un banco de una plaza sin niños me senté a echar cuenta de los recuerdos... Hice balance... Me levanté con paso tranquilo e indeciso, me dirigí hacia allá abajo ... (p. 110-111)


- lo urbano como espacio de libertad:


Volví al seno de la ciudad, en ella me encontraba bien. Perdido entre la gente, los autos, los ruidos; cambiando de acera, de calle, de dirección... Entrando en una callejuela, en unos almacenes o en un autobús a punto de partir cuando sentía que era preciso despistarme, cuando mi organismo me solicitaba un momento de reposo. Pasando del sol a la sombra, de la penumbra al solano, según necesitase el cuerpo. Disfrutando de la calina, del viento fresco que te golpea el rostro, de la persistente humedad de la noche, de la blandura de las mañanas del sol esquivo.


(p. 136)


La casualidad me llevó a la avenida de la Alcaicería donde estaba el bar musical en el que Juan ajustó las cuentas.. . (p.151)


El centro histórico de la ciudad. El uso de los palacetes y antiguos edificios: la zona que se despuebla y deteriora:


Entramos en la zona más antigua de la ciudad, en calles mal empedradas, de una iluminación casi fantasmal, de unos ecos que se dispersan por las bocacalles y regresan por detrás, como si llegasen de otro lado... Un barrio con casas blancas en las que sus ventanas son huecos negros que se introducen como clavos en la ceguera de sus moradores, con puertas siempre cerradas y que solo dejan pasar viejas historias que se repiten, con zócalos que alimentan con su sangre al verdín y al jaramago hasta quedar cuarteados y abiertos a causa de su propio desvarío hasta mostrar su pobre y antigua construcción... Muros que se abomban bajo el peso de los tejados y que escupen el sudor por las fisuras de los húmedos canales de zinc ” (p. 159)


 


El rechazo de “los de arriba”, de la gente del centro:


“En el barrio no me podía estar, se me hacía pequeño; además, estaba cansado de ver siempre a la misma gente, los mismos edificios. Las noches que me sucedía eso, cogía y me largaba para arriba de la cuesta. .. Allí me codeaba con gente de otro nivel... De todas formas, intuía que allí no era bien recibido, pero tampoco se atrevían a decírmelo abiertamente; en el fondo, todos somos unos pobres cobardes... yo pagaba y volvía a pedir otra copa, sin hacer caso de las muestras de hostilidades de todos los presente...((p.48)


Aquel hombre tenía la peregrina idea de que las personas como yo no deberíamos ni siquiera existir. Y si no había más remedio, al menos que viviéramos de una manera prudente; o lo que es lo mismo, sin que se notase demasiado nuestra presencia.. Aunque lo mejor que podíamos hacer, según su teoría, era quedarnos en el gueto hasta que la muerte tuviera compasión y se dignara visitarnos” (p.49)


“... los improperios de quien no tienen más mérito que su sentimiento de superioridad” (p. 65)


La ciudad y su periferia: dos mundos diversos y una realidad verdadera:


Sentado en el bordillo de la acera.... Miraba a uno y otro lado y solo se veía la avenida, símbolo emblemático de la ciudad y su proyección hacia el futuro. Es curiosa esta gente, nos detestan por nuestro aspecto, por nuestra forma de vida, y en cambio ellos son víctimas de sus triunfos, de su honor, de su honra, de su monogamia. Tienen que soportar a sus curas, a sus santos, a sus mujeres, sus frustraciones. Esclavos de la felicidad, la libertad, la gloria, el placer, sólo creen en normas, en censuras, en conveniencias. Y al final están solos, doscientos mil habitantes solitarios que necesitan conversación pero que no se atreven a hablar con nadie, porque a nadie le importa lo que le pase a nadie.” (p. 51)


 


El lazo de la sangre:


“... que se diese cuenta de que aún en la cuna, ya tenía a alguien que estaba dispuesto a luchar por él, alguien comprometido a cuidarlo para que nada faltase” (p. 53)


Machismo y violencia de género:


El padre de Olvido... se pasaba más tiempo en el bar que en su casa y bebía como sólo lo pueden hacer los ociosos o los que tienen algo que ahogar, aunque sea los gusarapos de las tripas... andaba siempre de bronca... fanfarrón y despiadado... sus víctimas.... tenían que aguantar sus absurdas discusiones y bravuconadas... y ellas, madre e hijas, sus broncas, y borracheras diarias.... (p. 21 )


Las faldas de las mujeres son algo que como se te peguen no hay quien te las quite. Por eso me fui retirando de la casa, aunque no tuviese gane, me entretenía jugando alguna partida de giléi en el bar.....” (p. 54)


“A las mujeres les gusta que se les mienta. Siempre, claro está, que el embuste sea mejor que la realidad” (p. 58)


- Y deja a las mujeres del barrio en paz, que de ellas nos encargamos nosotros... (p. 175)


El barrio, territorio controlado:


“... regresé al barrio... y por el cañaveral me adentré en el territorio que me era propicio”


(p. 74)


El barrio: zona peligrosa :


Una tarde, no hacía ni un mes desde mi vuelta, me eché un paseo por la tarde de atrás del barrio por un lado que no acostumbraba a frecuentar, sabía que era un territorio peligroso y lo había evitado hasta el momento, pero si quería vivir allí, no era cuestión de tener ningún lugar vedado(p. 186)


 


El barrio y sus normas:


Ahora resulta que me acusan de haberme cargado al Purrúa y al Bizco, dos que eran de allá abajo. Bueno, y a vosotros, ¿qué os importa?, ¿tenéis algo que ver con ello?, ésas son cosas nuestras, allí nos guían otras normas que ustedes ni conocen ni quieren saber de ellas . Son leyes antiguas, que nos sirven desde siempre; yo, al menos, las aprendí de muy niño y siempre las he respetado” (p.77)


 


Para acabar estas notas, la referencia breve a dos símbolos (ambivalentes y polisémicos):


 


la luz:


.... estancia débilmente iluminada por un pequeño reverbero (p. 161)


El barrio me recibió con toda la radiante luz de la mañana ...” (p. 181)


 


y el agua:


Me fui al canal y me dejé caer sobre un pequeño montículo... Contemplaba cómo las aguas impelían todo lo que encontraba a su paso, cómo libraba a la ciudad y luego a nosotros de todo lo que le sobraba, de todo lo que se presentaba como inútil. El sol daba sobre la superficie oscura hasta hacerla brillar , hasta hacernos olvidar su contenido, provocando con su movimiento que nos dejemos llevar por ella, que nos arriesguemos a conocer sus secretos, los mundos que nos guarda detrás de la curva en la que desaparece entre bloques de hormigón. (p. 187)


Insisto en ello. “Semilla de Áloe” es una dura, tierna, bella y profunda novela.


 


[1] ) Ruiz Mata, J. F.: 1995: Semilla de Aloe , Madrid, Calambur.


[2] ) José F. Ruiz Mata (Jerez, 1953) Es director de la revista de literatura “Tierra de Nadie”. Puede verse breves comentarios de sus obras editadas en Calambur en la web de la editorial. Hasta el momento “El talud de cristal”, libro que contiene nueve relatos; “El hombre que nos acompaña” (1993); “Semilla de áloe” (1995); “La mano que aprieta” (1999)


[3] ) Jornadas sobre Movimiento Vecinal y Estrategias de Participación Social. Jerez de la Frontera 6 de noviembre de 2004.


[4] ) Moreno Barranco, José: “Arcadia feliz”, Publicaciones del Ayuntamiento de Jerez, 2003


[5] ) Carrera Moreno, José Joaquín: “Revelaciones de un náufrago”: Ibíd.


[6] ) En su anterior novela, “El hombre que nos acompaña” (1993), Ruiz Mata novelaba la zona intermedia entre la periferia marginada y el centro. Y en ella nos daba noticia de esta otra zona, contrapuesta al centro, de la ciudad. Decía: “Mi calle constituía en cierta forma la arteria del barrio, quizás porque era la más ancha, o porque servía algo así como de frontera entre la civilización y los suburbios. Al bajar por ella, a la derecha de mi ventana, nos hallábamos en muy pocos instantes en el centro de la ciudad. Pero al subir por la izquierda hasta la plaza del Cristo, se podía ver desde allí cómo, en fuerte pendiente, se iba extendiendo la zona de las chabolas, de las casas sin enfoscar, de los hombres sin oficio concreto, de las calles de lodo en invierno y polvo en verano. Y, más allá, la campiña. Entre mi calle y esa zona se encontraba el que era uno de los barrios más arraigados en el flamenco de la ciudad” (pág. 13). .. Al igual que su posición social entre el centro y los suburbios, mi calle tenía su propia idiosincrasia; así, a medida que se bajaba por ella, su nivel social iba en aumento (pág. 15)...


[7] ) En otro lugar he hecho referencia a la interrelación del análisis novelístico de la “ciudad” y el interés en los estudios sociales. Con frecuencia la formación compleja de los espacios urbanos en periodos concretos se reflejan perfectamente en un género como es la novela. Barcelona tiene suerte por contar con una larga tradición novelística que ha ofrecido a lo largo de los siglos XIX y XX un retrato de Barcelona múltiple y cambiante, a tenor de los distintos contextos sociopolíticos y culturales (Cfr. “La gran novel·la de Barcelona. De Narcís Oller fins avui”, Seminario de Estudios, Barcelona, Arxiu històric de la ciutat, 2005) ; Jerez, aunque no sabemos si el tema está estudiado al detalle, también cuenta con una cierta tradición.


[8] ) Francisco Candel: 1957: “Donde la ciudad cambia de nombre”, Barcelona, Plaza.


[9] ) Jarauta, Francisco: “Construir la ciudad genérica”, en “Le Monde diplomatique”, nº. 112, febrero 2005


[10] ) En su anterior novela ya citada, “El hombre que nos acompaña”, Ruiz Mata, al describir a “los campilleros” y su agresividad, ya anotaba, en cierta manera, el sentido de la misma: “Nuestra madre nos lavaba por lo alto, nos peinaba y tras darnos un trozo de pan con aceite, nos echaba a la calle. Ella nos repetía que tuviésemos cuidado con los campilleros, denominación que les daban a los habitantes de la zona llamada del Campillo, aunque su utilización se generalizó para definir a toda persona de baja condición, que en aquella época no resultaban escasas. Eran unos seres morenos de sol y de la suciedad acumulada, se criaban medios desnudos y descalzos, ni pisaban jamás una escuela. Se dedicaban a oficios que iban desde la mendicidad y los pequeños hurtos, a otros como basureros, albañiles o carboneros. Aún permanece en mi memoria que, cuando jugábamos a la pelota en la plaza del Cristo y a los campilleros les daba por aparecer, todos nos teníamos que quitar y dejarles el sitio a ellos, para que practicaran un fútbol primario y salvaje. Aquel quitarnos de enmedio lo veo ahora como una pequeña venganza hacia la sociedad, practicadas en otros que, aunque pobres, no habían llegado aún a la miseria (pág. 66-67)


[11] ) “ Espacio geográficamente periférico respecto al centro de la ciudad, marginal y físicamente guetizado . Con problemas geofísicos o de baja calidad urbanística, desde el punto de vista de la rentabilidad para el promotor privado. Territorio desconexo de la trama urbana. El “continuum urbano” de la ciudad se interrumpe y la continuación del trazado de las calles asfaltadas acaban marcando una “frontera” real. Con múltiples barreras físicas: carreteras, autopistas, vías de ferrocarril sin pasos, ríos dividiendo el territorio sin puentes o pasos peatonales,... Espacios públicos degradados y “colonizados” por una determinada tipología de la comunidad. Infraviviendas o viviendas deterioradas por falta del mínimo mantenimiento o por graves patología de construcción.”, en Marín Rodríguez, José Francisco: “ La complejidad de los territorios urbanos periféricos y marginados: del análisis al diseño de un plan de transformación integral”, en Metodologías y Estrategias de Transformación en barrios marginados y periféricos. Jornadas sobre Movimiento vecinal y Estrategias de Participación vecinal . Jerez, 6 y 8 de noviembre de 2004.


  

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