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Música

El fenómeno fan: John Paul Jones

El fenómeno fan: John Paul Jones

John Paul Jones, que fuera bajista de Led Zeppelin, posa con un fan. Reflexiones en torno a la mitomanía y el fetichismo...

Hasta siempre Ray

Personalmente, gran fan de este grupo, me gustan muchísimo. Las puertas de la percepción, la poesía, el blues... Cómo cantaba Jim, qué bueno sigue siendo, en fin, una maravilla y vaya canción increíble esta. Echaremos de menos a Ray, el inconfundible sonido de las puertas de la percepción, aunando el cielo con el infierno.

En vela para ver a los Stones

Me pasé ayer la noche en vela, de las tres a las seis de la madrugada, para ver en directo a los Stones. Mereció la pena. Lo recordaré siempre, una noche especial en casa.

Vuelve Marcopeland, algo se está cociendo...

Efectivamente, en estos instantes volvemos al arte de volver, de situarnos, de enfilar el día a día con las ganas de cantar y de tocar de siempre.

Nuevas canciones en el camino, nuevos temas propios, nuevos cantares de gesta, nuevas siluetas que se dibujan en la noche, nuevas ensaladas, al fin y al cabo, como Jamie. Sin duda uno de mis referentes culturales más claro no  es musical, ni mucho menos; mi referente es Jamie, gran tipo, gran cocinero. Su frase "la perfección es aburrida" me la apunto y la contemplo como eje del proyecto.

Porque Marcopeland es un proyecto abierto, imprevisible, que nace de mi gran pasión por la música, y sobre todo nace del intervalo entre tocar escobillas a la batería e insonorizar mi propio espacio en mi casa. Lo que te queda es una guitarra y tu voz... Porque los que me conocen saben que soy batería antes que cualquier otra cosa. No eres licenciado en esto o lo otro. Son las pasiones las que te definen como persona, sin duda. El que no las tenga pues seguirá con las mismas ensaladas de siempre. Y estará bien... para ellos. Yo mientras seguiré llevando el ritmo con los pies donde sea y cuando sea.

La perfección es aburrida, amigo lechero

Las tablas del de Liverpool. Por más que no le entre el silbido y le pida el tono al guitarrista...

La perfección es muy aburrida. No le tiembla el pulso de parar hasta cuatro veces en mitad del directo hasta que lo saca adelante. Sólo por esta "imperfección" ya te llama la atención el directo entero.

Recuerdos de los Stones, los Comes y el exilio a Sevilla

Que aburrido debe ser hacer de la musica materia de erudicion, como cuando algunos hablan como si estuvieran frente a Carlos Sobera. No conozco, en mi caso, otro acercamiento que el de la pasion y ahi no entran grandes erudiciones, solo lo que te venga bien para disfrutar, doblar los mundos, admirar o incluso sentir unas ganas inmensas de tocar un instrumento, de crear algo, dejar algo por aqui, lanzar tu voz al cielo, gritar, cantar, aunque sea mal o borracho o desafinado.

Un ejemplo que se me ha cruzado estos dias es el Exile, disco que los eruditos analizan hasta la extenuacion sobre todo para demostrar su erudicion... Para mi no hay un grupo que se preste menos a la erudicion que los Stones.

Desde mi "erudicion", Exile sera siempre la cinta que me llevaba en el walkman en los viajes de cada domingo en Comes para Sevilla. Me gustaba, pero no desde la erudicion sino desde la escucha, para siempre mezclada con aquel que yo era, aquellos momentos, aquellos suenos, ilusiones, aprendizajes, aquel proceso, aquel cambio. Y no hacerlo materia de erudicion me ha ayudado a mantener recuerdos preciosos de aquellos domingos por la tarde, la noche cayendo escuchando a Mick Jagger en un Comes directo a Sevilla. Y lo que mas recuerdo es la bolsa de taper que mi madre me preparaba y que iba directa al congelador y no el solo de guitarra aquel o la cancion numero 10, que significaba no se que no se donde.

Bueno, eso si, me acuerdo de las canciones pero todas me suenan a "ver pasar", lo que es bastante curioso y agradable, desde luego. Incluso todo esto que digo lo pongo en duda: no me extrana que Exile fuera el disco para quedarme dormido en el Comes. A saber...

Preciosa letra.

Marco Van Basten

No me canso de verlo, nunca. Gran jugador, sin duda.

El ombligo de Sevilla por Arturo Pérez Reverte

El ombligo de Sevilla por Arturo Pérez Reverte

Le tengo un cariño especial a Sevilla. Por eso entiendo la crítica y me gusta pensar en la posible Sevilla de la que tan bien habla Arturo, al que hacia mucho que no leía. Este es un artículo del pasado mes de Abril.

El ombligo de Sevilla por Arturo Pérez Reverte

María José, la telefonista del hotel Colón, me va a echar una bronca, como suele, en plan: esta vez se ha pasado varios pueblos, don Arturo, de Dos Hermanas a Lebrija, o más lejos, a ver quién le manda a usted meterse con la Sevilla de mi alma. Pero uno debe ser consecuente; y la semana pasada, al socaire de Matanza cofrade y la parafernalia blasfemo-judicial que arrastra cual bata de cola, se me calentó la tecla y prometí hablar hoy de cultura sevillana. De manera que cumplo, arriesgándome a que me quiten los premios que en esa ciudad me dieron por la cara, a que el director de ABC –allí y en Madrid El Semanal sale con ese diario– se acuerde de mis muertos, a que los amigos dejen de mandarme aceite, y a que Enrique Becerra diga que el cordero con miel o la carrillada de ibérico me los va a poner la madre que me parió. Pero uno tiene derecho a hablar de lo que ama. Y el caso, como dije que diría, es que con la palabra cultura ocurre algo extraño. Cuando la pronuncian, cinco de cada diez sevillanos piensan en la Semana Santa o la Feria de Abril. A lo más que llegan algunos es al barroco de las iglesias. Mi compadre Juan Eslava cuenta lo del turista que va en carruaje por la Alameda, y cuando pasa ante una estatua y pregunta si se trata de un pintor, un escritor, un músico o un poeta, el orgulloso cochero responde: «Qué va, hombre. Es Manolo Caracol».

Pese a los esfuerzos, casi suicidas, de heroicos paladines locales por romper la burbuja en que esa ciudad vive ensimismada, el grueso de los esfuerzos culturales sevillanos pasa por el embudo de las cofradías locales, estructura social en torno a la que se ordena la vida pública. El resto es secundario, no interesa. Los museos languidecen, las exposiciones llegan con cuentagotas –y sólo si está Sevilla de por medio–, las librerías cierran, las bibliotecas no existen o se ignoran. Si se tratara de una ciudad donde imperase la modestia, uno creería que ésta se avergüenza de cuanto la hizo hermosa e inmortal. Pero no es modestia sino egoísmo autocomplaciente, indiferencia a cuanto no sea arreglarse el Jueves Santo para salir con la medalla de la cofradía al cuello, a pintarla en la Feria, a tomarse una manzanilla en Las Teresas o en Casa Román, mirando alrededor mientras se piensa, o se dice, que Sevilla es lo más grande del mundo, y qué desgracia la de quienes no nacieron sevillanos.

Siempre que viajo allí me pregunto lo que podría ser esa ciudad si dejara de mirarse en su espejo autista y se abriera al mundo con la cultura como reclamo y bandera. Hablo de la cultura de verdad, no de la caduca soplapollez de diseño que pretenden vendernos políticos y mangantes en busca de la foto y el telediario del día siguiente, o del folklore demagógico y sentimental con el que quienes manejan el cotarro pretenden –y lo consiguen desde hace siglos– llevarse al huerto a la ciudadanía. Hablo de la Sevilla que va más allá de los retablos barrocos en misa de doce, de los bares de tapas, de los pasos de Semana Santa, de la Feria de Abril y los carnets del Betis o del otro, de los apresurados rebaños de chusma guiri que el sevillano necesita tanto como desprecia. ¿Imaginan ustedes parte de la pasta invertida en cofradías y casetas de feria, empleada en hacer de esa ciudad un verdadero polo de atracción, no sólo del turismo, sino de la cultura internacional? ¿Calculan lo que supondría aprovechar el clima, el fascinante escenario, la abrumadora riqueza de palacios, atarazanas, lonjas e iglesias, para proyectar la ciudad hacia el exterior, celebrar conciertos de renombre internacional, organizar ferias y exposiciones que atrajeran a artistas, críticos y público culto de todo el mundo? ¿Imaginan una gestión cosmopolita, lúcida y eficaz, de tanto arte, arquitectura y belleza, con la extraordinaria marca registrada de Sevilla como argumento? Es desolador que una ciudad así no se haya convertido –la ocasión perdida de la Expo se esfumó con los mediocres y los catetos que la gestionaron– en sede anual, bianual, quinquenal o lo que sea, de acontecimientos culturales que pongan su nombre, a la manera de Venecia, Salzburgo, París o Florencia, en la vanguardia de la cultura internacional. En lugar de eso, Sevilla sigue resignada a ser una pequeña ciudad onanista y a veces analfabeta, que no llora por las cenizas perdidas de Murillo, pero sí cuando pasa la Virgen; y que emplea el resto del año en discutir sobre si los arreglos florales de la Esperanza Macarena eran mejores o peores que los de la Esperanza de Triana.