Un recuerdo (de pepinos y berenjenas)
Inauguro esta sección en la que escribo mis propios relatos. Un recuerdo es una historia que escribí el verano pasado, después de la serie de relatos sobre Armando, famoso viticultor y borracho.
UN RECUERDO
Hubo un día, no importa cual, en el que el abuelo de Carmen, con Carmen en sus brazos, pequeña, la mirada dulce, quiso contarle a su nieta historias y cuentos que él inventaba. Solía contarle muchas cosas, muchas historias, muchísimos cuentos. Pero aquel día, diferente al resto, el abuelo de Carmen comenzó a hablar de
pepinos y berenjenas.
Carmen, dormida ya casi por el susurro y la cadencia que sólo emanan las personas suaves y silenciosas, disfrutó de la historia y se fue a la cama con muy buen gusto. En su sueño, se mezclaban pepinos con berenjenas, pimientos con higos chumbos, y a Carmen le parecía estar en el paraíso con las historias que su abuelo le había contado.
Con el tiempo, muchas veces recuerdas cosas de cuando eras pequeño, la comida que tu madre te obligaba a comer, la tarde de sábado cuando te ibas con tus amigos, que a lo mejor ya no son amigos o ni existen. Todos recordamos historias, historias que contaba el listillo, historias que contaba un niño malo o rebelde, historias que oías a tu madre o a tu hermano, historias que luego fueron verdad y verdades que luego fueron mentira…
Miles de cosas.
Pero Carmen, todavía hoy, bendito sea Dios y lo vea, sólo recuerda (aunque sabe que hay otras cosas)
pepinos y berenjenas.
Carmen creció entre huertos, entre lechugas, entre coles, con el aroma de las matas de tomates o el tacto de los melocotones. Era una forma suave de crecer, la mejor forma que hay de hacerse grande. Y Carmen, anteayer, recién levantada, fresca y ligeramente elegante, se acercó al puesto de hortalizas al que siempre iba su madre y al que, antes, mucho antes, habían ido sus abuelos. En su mente, ¿qué crees que había?,
pues sí, has acertado,
pepinos y berenjenas.
Ese día, anteayer, Carmen caminó con la alegría que sólo dan los productos naturales y miró de arriba abajo toda clase de hortalizas. Prestó atención a los pepinos y a las berenjenas y pensó que su abuelo, el grandísimo abuelo que era, no pudo hablarle de misiles o de combates, de guerras civiles o de pistolas, de peleas o de malos viajes. Porque su abuelo le habló de hortalizas, de frutas, de telas, de ropas, de pintura, de mujeres elegantes y decididas, de hombres fuertes y sensibles, de personas.
Y cuando Carmen comprendió que la grandeza y la suavidad de la vida estaban en ese puesto y no importaba el precio de cada una de las cosas que ofrecía porque, para ella, tenían el valor de verse en los brazos de su abuelo, veinte años atras, se acercó a lo que ella llamaba felicidad, por más que luego
y ese luego lo tenemos todos,
supiera que el mundo está podrido y la fruta no está fresca.
Y se fue Carmen a su casa con tres pepinos y cuatro berenjenas para hacer una comida que, permítanme que lo diga, estaba escandalosamente rica.
Marco Bernal.
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