El Curso
Me gusta muchísimo cómo escribe Manuel Vincent. Leerlo es como estar entre matas de tomates, rodeado de lechugas, pimientos y almendros en flor. Si hubo un libro que pude oler más que leer fue su Tranvía a la Malvarrosa.
Vicent publica un artículo cada domingo en la última página de El País. Este me parece muy de él y me gusta que esté en el blog. Espero que lo disfrutéis.
El curso
Otro año ha pasado. Doce largos meses. Quienes, recordando la época de estudiantes, partimos todavía los años por las vacaciones de verano sabemos que el curso ha terminado. Por mi parte, aún acostumbro a contar los meses por las frutas que tomo de postre. Sé que será abril cuando haya fresas en la mesa; mayo vendrá acompañado de cerezas y junio dejará paso a las brevas de San Juan y a los albaricoques. El perfume de estas frutas lo llevo asociado aún al tiempo de los exámenes. Mientras estudiaba desesperadamente con el libro abierto bajo el flexo, desde la habitación oía cantar al cuclillo, sonaban acordeones de alguna verbena lejana que traía y se llevaba la brisa, y de la oscuridad de la noche brotaban fuegos artificiales de las fiestas de primavera por toda la huerta de Valencia. La libertad del verano llegaba, de pronto, con las sandías.
Quienes, además de estudiar, nos hemos criado entre campesinos, sabemos que los años se cuentan por cosechas cuyos ritos agrarios uno debe aplicar también a la moral y al arte de vivir. Ahora trato de recordar cuanto de bueno y de malo me ha sucedido a lo largo del año, y lo guardo en la memoria como si cada sensación, un libro, un viaje, una enfermedad, un lance de amor, la muerte de un amigo, fuera el resultado de un cultivo o de un desastre de la naturaleza. Así siembra el trigo el labrador, así maduran los membrillos, así humean las hojas podridas de otoño donde anidan las trufas que descubrirán los cerdos.
El curso ha terminado. Ha pasado otro año. Después de una larga ausencia hay que descubrir el nuevo paisaje que la mente crea en el verano, y otras estancias del propio interior deben ser abiertas y oreadas a la luz de agosto. Es un milagro que se repite al final de cada curso: cargado con la experiencia acumulada durante nueve meses, uno vuelve al mar con el espíritu entero o ya quebrado y encuentra allí todavía algunos placeres de la juventud que nadie ha podido arrebatar.
Puede que aquel bosquecillo de manzanos o el huerto de limoneros esté hoy cubierto de cemento y que el espanto de una guerra, donde mueren tantos inocentes, arruine el último esplendor sobre la hierba, pero más allá de las bombas y de la sangre quedan muchas dulces armonías, agradables músicas, delicados aromas intactos que debes descubrir para seguir aprendiendo. Mientras el verano pasa por encima del sombrero de paja, podrás llegar a una discreta sabiduría si sabes apreciar todavía lo que vale un desayuno entre pájaros, como en aquellos días felices.
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