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Sunset Boulevard

Sunset Boulevard

John, Alba, Akira, Lars, Avner y Gwyneth  son distintos muchachos y muchachas de dieciocho o diecinueve años que, en distintos puntos de la tierra, y al mismo tiempo, protagonizan esta pequeña historia que tenéis delante.

Hacía ya un par de horas que todos ellos habían leído u oído, en algún lugar, la palabra “lacónico”. Con sus respectivas culturas poniendo la diferencia pertinente, todos ellos se habían preguntado si aquella palabra no venía del Lacón con grelos y decidieron una cosa: lo buscaremos en Google. Pero no pudieron. Sus padres habían planeado llevárselos yo no sé dónde y debían apagar el ordenador. Ni se pararon a pensar: “se lo voy a preguntar a mi madre” La idea era buscarlo más tarde, en Google.

El caso es que todos ellos iban yo no sé dónde a ver una puesta de sol. Sus padres habían decidido hacer un picnic con mantel de cuadros mirando cómo se ponía el sol. Desde que estuvieron en Croacia le pillaron el gusto a las puestas de sol. Y sus hijos, según ellos, debían verlas, apreciarlas. Eran muy conscientes y cuidadosos con la educación de sus hijos. Podían dejarlos veinte horas frente al ordenador pero las puestas de sol había que verlas, una vez al mes o dos veces si la cosa iba bien.

 “El sábado que viene toca la puesta de sol” les habían repetido mil veces. Dieciocho o diecinueve años ya daban para saber lo que era una puesta de sol, sin esta tontería del picnic con el mantel de cuadros y las cestas de mimbre, y los bocadillitos y las pastas con té, y caperucita roja y el lobo, que habían ideado su padres (menopáusicos padres, decían ellos, que están locos, repetía otra).

De hecho, lo habían buscado en Google. Lo habían visto en Google. Incluso habían visto a un tío calvo peinándose en Google, mientras veían la puesta de sol. Asombroso, repitieron mientras veían al calvo y le daban a pantalla completa, zoom 90%, (y HD, parar la música de fondo, actualizaciones listas para instalar, mensaje en facebook…). No veo el peine, dijo uno de ellos. No alcanzo a verle el pelo, dijo otra.

En fin, llegó el día de la excursión a yo no sé dónde para ver la puesta de sol. Aparcaron y buscaron un pequeño rincón donde desplegar el pequeño campamento. Allí estaban ellos, otra vez, un escarabajo subiéndose por la cestita de mimbre con pastas danesas o el mosquito de turno haciendo excursión por la nocilla, todos  abrumados por los colores del atardecer, del azul al rojo, del rojo al violeta, todo pausado, lento, con el vuelo lejano de una pareja de gaviotas y el ruido de fondo de una ola que sonaba como un arpa. Había que escuchar al silencio, dejar que los sentidos se vaciaran del estruendo y la prisa, de las motos y los coches, de las máquinas, del hombre. Paz, se dijeron sus padres, como revelados y alumbrados por una noticia sobrecogedora, no es que EEUU deje Irak. La paz es esto, cállate niño y mira.

Sus niños, todos ellos, estaban raros. No sabían qué hacer con aquello. No había por dónde coger el “ratón” (ni siquiera al de verdad que había pasado un minuto antes entre los bocadillos de queso), no podían abrirle una ventana a otra cosa que no fuera el rojo en estratos que les bañaba la cara coloreándolas como si fueran indios del lejano oeste. Estaban delante de la mejor puesta de sol del siglo, según corroboraría el equipo de National Geographic que les relevó en el picnic con el mantel de cuadros y las mariposas cansadas yéndose a dormir en el bocadillo de crema de cachuete. “Señora, se deja usted el mantel de cuadros” sacando ellos uno de cuadros escoceses (eran el equipo escocés de National Geographic)

Pero no había por dónde maximizar o minimizar para ver Mis Documentos. Así que los niños se dijeron: mañana lo buscaré otra vez en Google. Y cada vez que iban, repetían la jugada al llegar, como buscando algo que no habían podido ver mientras el cielo se caía y la luna empezaba a remover las mareas.

Texto: Marco Bernal

Imagen: Sunset Rota, Cádiz (Spain) en www.lightstalkers.org

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