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Miscelánea

Clausura

Clausura me suena a monja, pero no, no es de monjas de lo que hablo. Hablo de clausurar este weblog. La caló, es lo que tiene.

¿Alguien sabe qué es de Michael Knight?

¿Alguien sabe qué es de Michael Knight? Sí, ese, el del cochecito, el del propulsor. Os regalo esta fotografia impagable. Representa toda la inocencia que uno pudiera tener en los ochenta cuando a las tres y media de la tarde, este coche parecia poder hacer el pino y a la vez preparar una mayonesa. Era el coche fantástico. Todos deberíamos arrodillarnos ante esta fotografía asombrosa. ¡Qué bodito y qué herboso! Y digo yo ¿no era más fácil esquivarlo que saltarlo?

Mi nombre es Bond, James Bond

Mi nombre es Bond, James Bond En un intento por sacar a este weblog de la desidia en que su Creador lo ha sumergido, éste, el Creador, el que aparece en esta preciosidad de foto, en un alarde de inventiva, ingenio y chulería, ha decidido colocar su foto de cuando iba al cole.  

Un dos tres QUINCE!

Un dos tres QUINCE! Arte, para decir un dos tres quince, como Santi Millán logró el solito que Bono dijera para él en el concierto de Chicago. ¿No lo habeis visto? Yo me río de Caiga Quien Caiga al lao de lo que consiguió este. Me pareció acojonante.

Hola de nuevo

Hola de nuevo Sigo a trompicones (que rima con caracoles que por cierto estan ya mu buenos, comedlos y chupadlos sin miramientos) el curso de este blog atípico que se nutre de comentarios breves y anónimos. Porque, ¿quién es ese que, muchas gracias, ha colgado un articulito estupendo de Arturito? ¿O el que ha dicho Amén ante la elejía a la Mojarra? Seas quien seas, debo avisarte que la oferta jamón por comentario ha caducado (por fallo del patrocinador) pero que tienes todo mi "pata negra de cariño y afecto" En resumidas cuentas, que ocho y ocho son dieciséis pero que si le sumáis un poquito podemos hacer un veinticuatro así de grande, sea lo que sea esto amigos, que no lo entiendo ni yo. Un saludo con las dos manos.

Me comentan

Me comentan Me comenta la gente que no se le ocurren comentarios en este weblog y yo les comento que comentándome esto alimentan los comentarios que yo hago en este espacio de comentarios no comentados. Y comentado esto llegamos al punto en el que comentarios podéis hace los que os salgan, los que os gusten, o no, o pasar olímpicamente y dejar que esto tenga su curso y yo haga comentarios sobre un disco, un libro o una peli o lo que sea. Y sin más comentarios os invito a que comentéis, sí, pero en base a un comentario... Totá, que no hace falta que comentéis. Por eso, el jamón de pata negra se lo lleva Félix, que ha hecho el único comentario en este weblog. A los demás os tenía reservadas sendas patas de jamón, de cuatro bellotas, pero os comento que se me ha pasado comentarles que...
!Broma eh!

PD: Félix, en breve recibirás esta pata de jamón en tu casa. Que la disfrutes.

Más Reverte.

Más Reverte.

Más Reverte. Os paso este que ya conoceréis.

Carta a María -17 de noviembre de 2000

Tienes catorce años y preguntas cosas para las que no tengo respuesta. Entre otras razones, porque nunca hay respuestas para todo. Y además, ha pasado la vida echando la pota mientras oía a demasiados apóstoles de vía estrecha, visionarios y sinvergüenzas que decían tener la verdad sentada en el hombro. Yo sólo puedo escribirte que no hay varitas mágicas, ni ábrete sésamos. Ésos son cuentos chinos. De lo que sí estoy seguro es de que no hay mejor vacuna que el conocimiento. Me refiero a la cultura, en el sentido amplio y generoso del término: no soluciona casi nada, pero ayuda a comprender, a asumir, sin caer en el embrutecimiento, o en la resignación. Con ello quiero sugerirte que leas, que viajes, y que mires.
Fíjate bien. Eres el último eslabón de una cadena maravillosa que tiene diez mil años de historia; de una cultura originalmente mediterránea que arranca de la Biblia, Egipto y la Grecia clásica, que luego se hace romana y fertiliza al occidente que hoy llamamos Europa. Una cultura que se mezcla con otras a medida que se extiende, que se impregna de Islam hasta florecer en la latinidad cristiana medieval y el Renacimiento, y luego viaja a América en naves españolas para retornar enriquecida por ese nuevo y vigoroso mestizaje, antes de volverse ilustración, o fiesta de las ideas, y ochocentismo de revoluciones y esperanzas. O sea, que no naciste ayer.
Para conocerte, para comprender, lee al menos lo básico. Estudia la Mitología, y también a Homero, y a Virgilio, y las historias del mundo antiguo que sentó las bases políticas e intelectuales de éste. Conoce al menos el alfabeto griego y un vocabulario básico. Estudia latín si puedes, aunque sólo sea un año o dos, para tener la base, la madre, del universo en que te mueves. Da igual que te gusten las ciencias: ten presente –como siempre recuerda Pepe Perona, mi amigo el maestro de Gramática-, que Newton escribió en latín sus Principia Mathematica, y que hasta Descartes toda la ciencia europea se escribió en esa lengua. Debes hablar inglés y francés por lo menos, chapurrear un poco de italiano, y que el estudio del gallego, del euskera, del catalán, que tal vez sean tus hermosas y necesarias lenguas maternas, no te impida nunca dominar a la perfección ese eficaz y bellísimo instrumento al que aquí llamamos castellano y en todo el mundo, América incluida, conocen como español. Para ello, lee como mínimo a Quevedo y a Cervantes, échale un vistazo al teatro y la poesía del siglo de Oro, conoce a Moratín, que era madrileño, a Galdós, que era canario, a Valle-Inclán, que era gallego, a Pío Baroja, que era vasco. Rastrea sus textos y encontrarás etimologías, aportaciones de todas las lenguas españolas además de las clásicas y semíticas. Con algunos de ellos también aprenderás fácilmente Historia, y eso te llevará a Polibio, Herodoto, Suetonio, Tácito, Muntaner, Moncada, Bernal Díaz del Castillo, Gibbon, Menéndez Pidal, Elliot, Fernández Álvarez, Kamen y a tantos otros. Ponlos a todos en buena compañía con Dante, Shakespeare, Voltaire, Dickens, Stendhal, Dostoievski, Tolstoi, Melville, Mann. No olvides el Nuevo Testamento, y recuerda que en el principio fue la Biblia, y que toda la historia de la Filosofía no es, en cierto modo, sino notas a pie de página a las obras de Platón y Aristóteles.
Viaja, y hazlo con esos libros en la intención, en la memoria y en la mochila. Verás qué pocos fanatismos e ignorancias de pueblo y cabra de campanario sobreviven a una visita paciente a El Escorial, a una mañana en el museo del Prado, a un paseo por los barrios viejos de Sevilla, a una cerveza bajo el acueducto de Segovia. Llégate a la Costa de la Muerte y mira morir el sol como lo veían los antiguos celtas del Finis Terrae. Tapea en el casco viejo de San Sebastián mientras consideras la posibilidad de que parte del castellano pudo nacer del intento vasco por hablar latín. Observa desde las ruinas romanas de Tarragona el mar por el que vinieron las legiones y los dioses, intuye en Extremadura por qué sus hombres se fueron a conquistar América, sigue al Cid desde la catedral de Burgos a las murallas de Valencia, a los moriscos y sefardíes en su triste y dilatado exilio. En Granada, Córdoba, Melilla, convéncete de que el moro de la patera nunca será extranjero para ti. Y sitúa todo eso en un marco general, que también es tuyo, visitando el Coliseo de Roma, la catedral de Estrasburgo, Lisboa, el Vaticano, el monte San Michel. Tómate un café, en Viena y en París, mira los museos de Londres, descubre una etimología almogávar en el bazar de Estambul o una palabra hispana en un restaurante de Nueva York, lee a Borges en la Recoleta de Buenos Aires, sube a las pirámides de Egipto y a las mejicanas de Teotihuacán. Si haces todo eso –o al menos sueñas con hacerlo-, conocerás la única patria que de verdad vale la pena.